Un cuerpo atractivo y seductor, hermoso, bien formado, de carnes prietas y musculosas apareció ante mi… lo desee nada más verlo. En cuanto lo tuve delante la atracción fue irresistible, no podía apartar los ojos de el, mi boca se entreabrió con deseo, creo que gemí al verlo, respiré hondo y me relamí. Supe enseguida que iba a ser infiel… una vez más…
Lo se, no tengo remedio. Soy incapaz de resistirme, de contenerme, el deseo de placer es más fuerte que mi voluntad. Que le vamos a hacer…
Me las ingenié para llevarlo a casa. Una vez allí descorché un Absum Gewürztraminer y escancié el frío caldo amarillo pálido con reflejos verdosos sobre el fino cristal italiano. Le pedí que me esperara en la cocina mientras me daba una ducha y me procuraba un indumento más liviano. Así lo hizo. Era una mañana de mucho calor, me sentía excitada pensando en lo que me esperaba… que placer. El agua fría caía sobre mi piel mientras pensaba en la suya, tan tersa, tan suave…recordé sus ojos, grandes, brillantes. De pronto me sentí turbada… ¿cómo lo haría? ¿Qué estrategia seguiría en esta ocasión? Tal vez podía echar mano de mis más sofisticados recursos y, con suma elegancia, hacer crecer su carne sacando lo mejor de el, haciéndolo sentir hermoso, rodeándolo de glamour. Tal vez sería mejor ir al grano, calor intenso y rápido, salvaje como el, solos el fuego, su cuerpo y el mío… Quizás mejor jugar, utilizar toda mi picardía y sorprenderlo y sorprenderme con su reacción. En cualquier caso debía darme prisa, mi marido no tardaría en llegar, no me perdonaría que me sorprendiera...
Pensé fríamente en el y por fin me decidí. Pasión ardiente, fuego, sudor… cuerpo a cuerpo.
Bajé a la cocina y lo encontré frente a mi, provocándome con su espectacular cuerpo. Me acerqué, lo olí, lo acaricié. Despacio, debo gozar de esto a placer. Bebí un trago del perfumado y suave vino, sin quitarle la vista de encima, planeando los pasos a seguir. Mis manos desnudas comenzaron a acariciar su cuerpo, deleitándose en cada rincón, sintiendo la dureza de su carne, su tersura, su aroma. Era tan hermoso…
Ardía. Lo tumbé y fui cómplice de la transformación de su carne. Ambos gemíamos. Ambos sudábamos. Pensé morir de placer cuando mis labios besaron su piel húmeda y salada, cuando mi lengua recorrió su cuerpo, cuando noté su calor, su cuerpo dentro de mi…
LA RECETA
Una vez localizado el pez, en este caso una dorada salvaje, nos las ingeniamos para llevarla a casa. Dejamos el bello cuerpo en la cocina, nos regalamos con una copa de vino y, nos relamemos planeando el futuro del pez.
Encendemos un fuego y colocamos la plancha encima.
Abrimos el pez en dos mitades, con cariño, mimando su carne.
Una vez la plancha caliente, la espolvoreamos con sal gruesa y tumbamos el sensual cuerpo, piel arriba.
Damos otro trago a nuestro vino mientras nos inunda el aroma de nuestro amante marino. Se nos hace la boca agua al oír sus "gemidos" al contacto con el calor del fuego.
Le damos la vuelta llegado el momento.
Emplatamos, ilustramos con unas sencillas gotas de AOVE y pasamos a besarlo, a olerlo, a morderlo... a gozar de tan suculento y sensual manjar... despacio, saboreando, disfrutando. Este cuerpo merece toda la atención, delicadeza y cuidado... es un gran amante ya que nos llena de placer y nos hace gozar.
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