SOVALDI...POR EJEMPLO



De todos los prodígios que, a lo largo de la historia , han adornado al ser humano, sin duda el que más admiro es el de curar. Siglos y siglos de observar, estudiar, errar, investigar han hecho posible que, hoy en día, seamos capaces de liberar al fascinante cuerpo humano de cualquier mal, sanarlo de cualquier dolencia.

Al principio de los tiempos se ignoraba casi por completo el funcionamiento del cuerpo, sus entresijos, sus porqués; sin embargo se intentaba sanar; amputaciones, sangrías, pócimas, cataplasmas y bebedizos, en la mayoría de los casos diagnósticos y tratamientos erróneos; no obstante se intentaba.

Imagino la impotencia que debían sentir los curanderos, los médicos de todos los tiempos ante una dolencia que escapaba a su entendimiento, que eran incapaces de diagnosticar, por falta de de conocimiento; debía ser terrible para ellos.

Hoy el funcionamiento del cuerpo humano, de esa compleja y maravillosa máquina, es transparente a los ojos de los estudiosos en la materia. La ciencia ha avanzado tanto que la alquimia ha dejado de ser una utopía para convertirse en sustancias que consiguen sanar el cuerpo.

Sin embargo la gente sigue muriendo por enfermedades de las que se posee la cura. ¿Por qué?
Por intereses económicos, si, el vil metal. La nueva materia gris.

Siempre me ha apasionado la medicina. Ante una persona que sufre siento una gran impotencia; desearía conocer de donde procede el mal que le acosa y ser capaz de averiguar cómo paliarlo, investigo, observo, estudio, indago, el fin es siempre sanar al enfermo; proporcionar bienestar al que sufre.

Siempre quise ser médico y sé que, de serlo, no existirían, para mí, trabas a la hora de sanar, de ninguna índole, religiosas, morales… ¿económicas? Ni las contemplo, en mi opinión no tienen aquí cabida.

Afortunadamente no soy médico; tengo la firme sensación de que en estos tiempos que corren hubiera renegado de mi título, hubiera sido expulsada del ilustre colegio de médicos, y me sentiría tan impotente como el médico de hace cientos de años, incapaz de darle paz a mi paciente, por no ser capaz de ver, más allá de su pálida piel y su extremo dolor, el mal que le ha de quitar la vida ante mis frustrados ojos. No, se que no sería capaz de negar a mi paciente la cura a sabiendas que esta existe.

Me avergüenza ver cómo, de qué manera tan brutal, la escala de valores del ser humano ha ido adquiriendo esa tonalidad tan gris. La tonalidad del dinero.
Hace algunos años las personas morían a miles por nimiedades, que ahora se curan con dos gotas, porque los encargados de su cura no eran capaces de ver el foco del mal o de elaborar el tónico para erradicarlo.

Hoy seguimos muriendo, conociendo sin embargo el mal que padecemos y, viendo el remedio a dicho mal, a diario, frente a nuestros ojos, en el telediario de las tres.

La medicina ya no parece ser el arte magistral que fue en otro tiempo, se asemeja más a un negocio. Un gris negocio con el color del dinero.

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