PUESTAS DE SOL



Un día más contemplo el atardecer, sentada en el banco irrisorio, con una cerveza en una mano y un cigarro en la otra, agosto…
El cielo ofrece unos colores que parecen de mentira y, sin embargo, son tan de verdad que los puedo respirar, se apoderan de mí y me invaden, me llenan de sensaciones. Nostalgia, tal vez, quizás algo de tristeza…Me pregunto cuánto tiempo más veré las puestas desde mi banco. Recuerdo, deben haber pasado ya 10 ó 12 años, desde la última vez que vi una, sentada sobre este mismo banco, con un tercio de alhambra en la mano, en el cortijo…lo echo de menos.
La verdad es que aquí el colorido es más llamativo, sin embargo, en el cortijo la luz era especial, todo era transparente…no he vuelto a ver una luz así en ningún otro lugar.
En el cortijo, cuando se ponía el sol, encendía una lumbre y freía las papas que cultivaba Manuel, con el aceite del cortijo…eso si era un aceite perfumado y espeso, asaba algo de carne. Cogía unos pimientos del bancal de abajo, los asaba y hacía rajillas, hhhmmmm, dios qué ricas.
Me gustaba cuando iba sola. Me “escapaba” de la ciudad que me ahogaba, y me iba al cortijo, sola, a respirar. Recuerdo el primer día, cuando me bajaba del autobús, temblaba, emoción por estar allí y miedo de ver a los colegas…si los veía estaba perdida, siempre hay fiestas en algún pueblo alrededor…yo necesitaba desconectar, respirar aire limpio, necesitaba un entorno en paz, la naturaleza, las puestas de sol, escribir bajo mi olivo, freír papas en la lumbre…vida. La verdad es que más de 3 días nunca estuve sola, ó me pillaban en el camino al cortijo ( a 2 km del pueblo), ó lo hacían cuando bajaba al pueblo a por algún vívere imprescindible, ó cuando iba a por agua a la fuente, a veces era yo quién echaba mano de ellos…la carne es débil y, quiero mucho a mis amigos.

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