LA IMAGEN DEL VERANO




Un año más el verano llega a su fin. Tal vez haya sido un buen verano. Tal vez no. Meteorológicamente hablando ha sido un verano corriente, sol, calor, alguna tormentilla… normal. Ha durado lo mismo que todos los años, del 21 de junio al 23 de septiembre. Sin embargo tengo la sensación de que este año ha sido más corto… mucho más corto. Algo tendrá que ver que, a medida que pasa el tiempo, el tiempo pasa más rápido…

Hay quien, tras una larga temporada de crisis, ha encontrado al fin un trabajo, aunque solo sea temporal, para el verano, trabajos generalmente duros e intensos. Los hay que incluso han podido disfrutar de días de asueto… ¡benditas vacaciones!
Otros no han llegado al verano. Para ellos su último verano fue el pasado. De haberlo sabido, no sé, quizás hubiera sido diferente… Algunos se han quedado en él, en este verano, su último y definitivo verano. Ambos permanecerán en el recuerdo de muchos de nosotros, verano tras verano.
Para algunos el verano se ha hecho muy corto. Para otros, eterno. Para todos nosotros ha durado lo mismo, 95 días. Sea como fuere, el verano toca a su fin.

Hay un síndrome llamado depresión postvacacional, síndrome cada vez más “popular” entre la población. Consiste en sentirse morir tras las vacaciones de verano, con el solo hecho de pensar en volver a la rutina del invierno (al parecer debe ser rutinaria esta estación…)  En mi opinión, y con todos los respetos, este síndrome es simplemente un vicio adquirido, fruto del borreguismo general, producido por la absurda costumbre de, por un lado, quejarse como parte de la rutina (tal que bostezar, parpadear o miccionar…) y, por otro, no pararse a pensar.

Quejarse. Hasta la fecha ha quedado demostrado que quejarse es un acto que no conduce a nada positivo. Al contrario, produce tristeza, depresión, derrotismo, apatía y aburrimiento, tanto por parte del individuo que se queja, como por parte del que sufre a dicho individuo en su lánguido lamento. Todos estos síntomas inequívocos derivados de la queja, producen a su vez otros efectos secundarios, altamente perjudiciales para la salud pública y privada. Cuernos, divorcios, perdidas de empleo, ruina económica, ruina social, locura…

Pensar o no pensar, he ahí la cuestión. Es tan fácil pararse a pensar… y es tan fácil dejarse llevar y no hacerlo… Sin embargo las consecuencias de un acto u otro son del todo diferentes, tanto para el pensante o no pensante, como para el resto del mundo que de alguna manera tiene relación con dicho individuo, tal como pasa en el acto anterior. De pensar a no hacerlo va un abismo. Con este simple gesto se define el éxito o el fracaso, la felicidad o la desidia, la autosuficiencia o el borreguismo.

El individuo manda, el decide, la manera de actuar está en su mano… casi siempre. El, consciente (si piensa) o inconscientemente (si simplemente se deja llevar), toma la decisión, acertada o no, que va a marcar la ruta que lleve su vida. Su destino. El destino de todos cuantos rodean a dicho individuo. Pensar o no pensar. Total, la diferencia en tiempo oscila en contados segundos…

Luego está la actitud, claro está. Lo típico del vaso medio lleno o medio vacío. El verano ha podido ser una delicia o un asco, esto es muy relativo. Lo que para algunos es una delicia seguro que para otros en un asco. De igual manera lo que para muchos puede ser un asco,  para otros sería simplemente maravilloso…Pensar. Hay que pararse a pensar.

Todos los veranos llegan a su fin. Siempre ha sido así y siempre lo será, imposible huir de esa dura realidad (versionando a Vinicius De Moraes…). En cada individuo queda tomar la decisión acertada. Rememorar lo mucho o poco bueno que ha acontecido este verano (si no hay nada más relevante siempre podemos echar mano de los socorridos; “Seguimos vivos, el sol sigue ahí, quedan montes, aún”…) o lamentarnos como idiotas porque este año tampoco hemos conocido esas paradisíacas islas que nos muestran en los documentales de la 2 (tampoco nos ha comido un tiburón en sus cristalinas playas…).

La verdad es que es bastante importante como enfoquemos el final del verano. El otoño comienza con el fin del verano. Tras el final del otoño amanece un nuevo invierno…Que decepcionante sería un verano tras otro, sin el olor a hojas secas, a tierra mojada del otoño, sin el aroma a puchero de los fríos días invernales, sin el roce calentito de las sábanas bajo un ciento de mantas en sus gélidas noches, sin esa peculiar sensación de resfriado que nos hace moquear durante días. Que cantidad de ilusión perderíamos si no hubiera primaveras que nos recordaran que, un año más y como todos los años, el verano se acerca y hemos de nuevo de controlar las curvas de nuestro cuerpo. Tal vez no lo valoraríamos tanto si no lo perdiéramos de vez en cuando… es una de nuestras “cualidades” como humanos.

Cada época en la vida de una persona tiene, al menos, una imagen. Es posible que la lleguemos a ver con facilidad. Es posible que no nos paremos a enfocar lo suficiente y nos pase desapercibida. En cualquier caso la imagen debe estar ahí, escribiendo nuestra historia, nuestra existencia, nuestro paso por la vida. A menudo tenemos imágenes de otras personas, de lugares, de objetos. Imágenes en cualquier caso que nos susurran sensaciones, aromas, secretos. Imágenes que nos hacen volar y trasladarnos a esos momentos o situaciones que, de alguna manera, han marcado a nuestro subconsciente.

Parándose a pensar el verano termina, si. Pensando un poco más no es difícil encontrar algunas imágenes que guardar cerca, en el estante central de la memoria. Y si seguimos pensando nos damos cuenta de que en ese estante hay muchas más imágenes que hemos guardado anteriormente, no solo en verano. A menudo el verano es solo una ilusión, un caniche vestido de tul, un grito dentro de un vaso, un árbol de garbanzos. Una época más, sin más. Días para saborear. Cosas por hacer, por aprender, por descubrir. Otra oportunidad. ¿Verano? ¿invierno? …que más da.


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